Ameneh Bahmani fue desfigurada y privada de la vista por un pretendiente que le arrojó la sustancia corrosiva al rechazarlo en matrimonio. La justicia iraní vertirá diez gotas en cada ojo del agresor
Madrid, España.
Con información de EFE
Hace cuatro años y medio Ameneh Bahmani, una brillante y agraciada estudiante iraní de ingeniería electrónica, vio destruida su vida por un acto de violencia machista.
Mayid Movahedi, un compañero de la Universidad que la rondaba y acosaba, decidió esperarla para consumar una prometida amenaza: le arrojó al rostro 200 mililitros de ácido sulfúrico mezclado con agua por rechazarle en matrimonio.
Ciega y con la cara totalmente desfigurada, la joven regresa este domingo a España para someterse a su décimo octava operación con una polémica sentencia bajo su brazo: su agresor será igualmente cegado con diez gotas de ácido en cada ojo.
"No quiero la sentencia por venganza, sino para que impida la repetición de agresiones parecidas en el futuro, quiero que sirva de una lección para quienes piensen en hacer lo mismo", dice a Efe Ameneh en el amplio salón de la casa de su familia en el oeste de Teherán.
"La Justicia debe demostrar si es capaz de hacer algo, debe dictar una sentencia tan dura para que las personas como Movahedi no se atrevan a hacer lo mismo", reitera.
Junto a ella, su madre, encargada de ejecutar la sentencia, asiente en silencio, envuelta en un "chador" blanco y negro que le cubre de pies a cabeza.
Ameneh y su familia han rechazado tanto la compensación económica como la posibilidad de que sea condenado a muerte, y tras un año y medio de lucha, han conseguido que se aplique la "ghesas" o ley del Talión ante las críticas de algunas asociaciones pro derechos humanos.
"El día del juicio, tras cuatro años en la cárcel, declaró que no estaba arrepentido. Que había conseguido que Ameneh tuviera ahora el rostro que él quería. Ejecutarlo no tendría el mismo efecto ejemplarizante", insiste.
"Me dicen que la ley de talión que exigimos es una brutalidad que va contra los derechos humanos. Quiero preguntar si yo no tenía derechos. ¿Yo no era ser humano? ¿Dónde estaban los derechos humanos cuando mis ojos se quemaban?", denuncia.
Su voz es firme cuando habla de su agresor, pero su cuerpo se contrae cuando rememora aquel fatídico día de Ramadán de 2004 en el que perdió sus profundos ojos marrones, su sonrisa y el futuro que soñaba.
"Aquél día Ameneh murió. Yo ya no soy la misma persona, afirma con voz temblorosa. Casi a coro, su madre y su hermana, Shirin afirman: " nosotros tampoco".
Su agresor la había estado esperando todo el día, desde las nueve de la mañana a las cinco de la tarde, premeditado a perpetrar su venganza.
Cuando Ameneh lo vio tan cerca la sorpresa la hizo abrir los ojos con espanto: el ácido penetró en sus cuencas, quemó su rostro y su cuello y comenzó un calvario, recuerda.
"La ambulancia nos pidió dinero por adelantado. Fui a tres hospitales sin que hicieran nada. Cuando en el último me lavaron por primera vez los ojos, ya era tarde. Había perdido la vista en uno de ellos ", rememora.
Su madre le aprieta con ternura la mano y retoma el hilo de la historia: " para nosotros también fue terrible. Teníamos que curarla, veíamos como perdía la piel y los músculos, como le dolía... nadie nos ayudó ", se queja.
Con los ahorros de la familia y la ayuda de algunos amigos, Ameneh pudo viajar a Barcelona, donde tampoco fue sencillo.
Al principio nadie quería alojarla e incluso debió dormir en dos ocasiones en una albergue para indigentes donde contrajo una infección, dice.
El ex presidente iraní Mohamad Jatamí le prometió 15 mil euros pero cuando su sucesor Mahmud Ahmadineyad llegó al poder regateó la cantidad y las prestaciones, asegura Ameneh.
En Barcelona, la clínica IMO no pudo salvar su segundo ojo, pero ha conseguido reconstruir parte de sus facciones.
En España logró un asistente social, comenzó a vivir sola, aprendió castellano y entró en contacto con la ONCE. Ahora cree que solo en Barcelona puede tener un futuro.
"La sociedad iraní no acepta a una persona como yo, creen que es una vida acabada. Aquí no se entiende que pueda haber futuro ", explica Ameneh.
"No se siente cómoda. No puede salir a la calle. Tienen miedo, esta ciudad no está adaptada para su minusvalía", precisa su hermana Shirin.
Su madre asiente con fatalismo: "aquí la cuidamos mucho, vienen a verla sus amigos y sus familiares, pero si eso es lo que ella quiere".
Ameneh ansia vivir independiente, salir a la calle sin que la señalen, tener amigos con los que hablar para así " no pensar y recordar " y aprender braille para volver a tener un futuro.
"Primero debo conseguir la nacionalidad española. En la ONCE me han dicho que podría trabajar vendiendo cupones. Pero yo quiero tener un trabajo que exija esfuerzo físico e intelectual, a pesar de los dolores ", afirma.
En el camino, acuna su esperanza en un chip que está en desarrollo y que implantado en su cerebro quizá el permitiera ver " la belleza de la mentira de mundo en el que vivimos".
Madrid, España.
Con información de EFE
Hace cuatro años y medio Ameneh Bahmani, una brillante y agraciada estudiante iraní de ingeniería electrónica, vio destruida su vida por un acto de violencia machista.
Mayid Movahedi, un compañero de la Universidad que la rondaba y acosaba, decidió esperarla para consumar una prometida amenaza: le arrojó al rostro 200 mililitros de ácido sulfúrico mezclado con agua por rechazarle en matrimonio.
Ciega y con la cara totalmente desfigurada, la joven regresa este domingo a España para someterse a su décimo octava operación con una polémica sentencia bajo su brazo: su agresor será igualmente cegado con diez gotas de ácido en cada ojo.
"No quiero la sentencia por venganza, sino para que impida la repetición de agresiones parecidas en el futuro, quiero que sirva de una lección para quienes piensen en hacer lo mismo", dice a Efe Ameneh en el amplio salón de la casa de su familia en el oeste de Teherán.
"La Justicia debe demostrar si es capaz de hacer algo, debe dictar una sentencia tan dura para que las personas como Movahedi no se atrevan a hacer lo mismo", reitera.
Junto a ella, su madre, encargada de ejecutar la sentencia, asiente en silencio, envuelta en un "chador" blanco y negro que le cubre de pies a cabeza.
Ameneh y su familia han rechazado tanto la compensación económica como la posibilidad de que sea condenado a muerte, y tras un año y medio de lucha, han conseguido que se aplique la "ghesas" o ley del Talión ante las críticas de algunas asociaciones pro derechos humanos.
"El día del juicio, tras cuatro años en la cárcel, declaró que no estaba arrepentido. Que había conseguido que Ameneh tuviera ahora el rostro que él quería. Ejecutarlo no tendría el mismo efecto ejemplarizante", insiste.
"Me dicen que la ley de talión que exigimos es una brutalidad que va contra los derechos humanos. Quiero preguntar si yo no tenía derechos. ¿Yo no era ser humano? ¿Dónde estaban los derechos humanos cuando mis ojos se quemaban?", denuncia.
Su voz es firme cuando habla de su agresor, pero su cuerpo se contrae cuando rememora aquel fatídico día de Ramadán de 2004 en el que perdió sus profundos ojos marrones, su sonrisa y el futuro que soñaba.
"Aquél día Ameneh murió. Yo ya no soy la misma persona, afirma con voz temblorosa. Casi a coro, su madre y su hermana, Shirin afirman: " nosotros tampoco".
Su agresor la había estado esperando todo el día, desde las nueve de la mañana a las cinco de la tarde, premeditado a perpetrar su venganza.
Cuando Ameneh lo vio tan cerca la sorpresa la hizo abrir los ojos con espanto: el ácido penetró en sus cuencas, quemó su rostro y su cuello y comenzó un calvario, recuerda.
"La ambulancia nos pidió dinero por adelantado. Fui a tres hospitales sin que hicieran nada. Cuando en el último me lavaron por primera vez los ojos, ya era tarde. Había perdido la vista en uno de ellos ", rememora.
Su madre le aprieta con ternura la mano y retoma el hilo de la historia: " para nosotros también fue terrible. Teníamos que curarla, veíamos como perdía la piel y los músculos, como le dolía... nadie nos ayudó ", se queja.
Con los ahorros de la familia y la ayuda de algunos amigos, Ameneh pudo viajar a Barcelona, donde tampoco fue sencillo.
Al principio nadie quería alojarla e incluso debió dormir en dos ocasiones en una albergue para indigentes donde contrajo una infección, dice.
El ex presidente iraní Mohamad Jatamí le prometió 15 mil euros pero cuando su sucesor Mahmud Ahmadineyad llegó al poder regateó la cantidad y las prestaciones, asegura Ameneh.
En Barcelona, la clínica IMO no pudo salvar su segundo ojo, pero ha conseguido reconstruir parte de sus facciones.
En España logró un asistente social, comenzó a vivir sola, aprendió castellano y entró en contacto con la ONCE. Ahora cree que solo en Barcelona puede tener un futuro.
"La sociedad iraní no acepta a una persona como yo, creen que es una vida acabada. Aquí no se entiende que pueda haber futuro ", explica Ameneh.
"No se siente cómoda. No puede salir a la calle. Tienen miedo, esta ciudad no está adaptada para su minusvalía", precisa su hermana Shirin.
Su madre asiente con fatalismo: "aquí la cuidamos mucho, vienen a verla sus amigos y sus familiares, pero si eso es lo que ella quiere".
Ameneh ansia vivir independiente, salir a la calle sin que la señalen, tener amigos con los que hablar para así " no pensar y recordar " y aprender braille para volver a tener un futuro.
"Primero debo conseguir la nacionalidad española. En la ONCE me han dicho que podría trabajar vendiendo cupones. Pero yo quiero tener un trabajo que exija esfuerzo físico e intelectual, a pesar de los dolores ", afirma.
En el camino, acuna su esperanza en un chip que está en desarrollo y que implantado en su cerebro quizá el permitiera ver " la belleza de la mentira de mundo en el que vivimos".
No hay comentarios:
Publicar un comentario